A todo el mundo le ha pasado: te propones una meta, ya sea ahorrar, seguir una dieta o estudiar más seguido y de pronto te das cuenta de que es fin de mes, llegó el verano o el día del examen, y no lograste cumplir.
Y aunque repitas todos los años estos mismos compromisos, siempre es algo que parece estar más allá de tu control.
Hay más cosas de las que crees dentro de ti
La clave para comprender estos misteriosos mecanismos, que nos privan de la libertad y disciplina que quisiéramos tener, es primero tener una idea simple de la «anatomía» de nuestra mente, porque no somos seres 100% lógicos como son los computadores: un programa de ajedrez no decide de pronto ir a comer helado en lugar de ejecutar su siguiente jugada.
La principal categoría que debemos tener en consideración es la que deriva de la manera en que está organizado nuestro propio cerebro: tradicionalmente se ha establecido que nuestro hemisferio izquierdo controla nuestra lógica, el lenguaje, las matemáticas, en general nuestro «pensamiento científico». En cambio, nuestro hemisferio derecho controla nuestras emociones, creatividad, orientación espacial y nuestro «pensamiento asociativo».
Sin embargo, la persona promedio parece alternar, como los niños, entre el uso de su pensamiento lógico y la liberación de sus emociones. Como en la escuela primaria, donde hay un placer en gritar y correr en el recreo, y un malestar al contenerse durante las clases. Ésto está bien en un niño, pero en un adulto se convierte en una carga difícil de sobrellevar.
Cómo nos afecta esto diariamente?
Nuestras emociones son energía pura y nos permiten acometer tanto grandes tareas como grandes errores. Como todo héroe de ciencia ficción motivado por el amor, la ira o el miedo, nosotros mismos actuamos todo el tiempo motivados por alguna emoción. Así como cuando estudiamos toda la noche antes de un examen, esa energía suele provenir del miedo a reprobar y sus consecuencias.
Cada vez que planificas hacer algo, sueles hacerlo usando tu lógica, porque es así como te entrenaron en tu niñez. Sin embargo, al igual que en la sala de clases, cuando te encuentras en la tranquilidad de tu hogar, o en un recreo, «desenchufas» tu hemisferio izquierdo y te relajas, liberando tus emociones. En lugar de correr gritando por los pasillos del colegio emergen los caprichos y las tentaciones, que terminan echando por tierra toda dieta o proyecto que requiere de dedicación personal.
Cómo convivir con nuestras emociones?
Pasamos gran parte de nuestra vida desarrollando nuestra capacidad para razonar, ya sea jugando con rompecabezas, resolviendo ejercicios de aritmética o de comprensión de lectura. Sin embargo, nadie pareciera enseñarnos mucho sobre el uso de las emociones. Ésto pareciera haber sido delegado a la crianza familiar y social y por eso la autodisciplina de cada persona suele depender del ejemplo que le entregaron sus padres.
Es aquí donde la terapia sirve de ayuda a quienes necesitan ordenarse y ganar control sobre sus vidas. Al igual que un kinesiólogo puede apoyarnos en la rehabilitación de una pierna para que logremos caminar derecho, el psicólogo puede ayudarnos a orientar ciertas emociones o corregir determinados complejos que nos están perjudicando en nuestras metas personales. Al aprender a coordinar pensamiento y emoción podemos vivir más plenamente, sin pasar del tedio de la «sala de clases» al descontrol del «recreo».
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Es interesante atender a esta división, porque en la medida que logramos conectar mejor estas 2 facetas de nuestra mente, podemos alcanzar algo que suele atribuirse a los grandes genios y sabios de la historia, la capacidad de integración: combinar lógica y emoción (como Shakespeare), análisis y estética (como Da Vinci), ciencia e intuición (como Einstein), etc.
En resumen, la terapia es un excelente recurso para buscar la conexión y equilibrio entre nuestras diversas funciones mentales, entre las cuales hoy abordamos sólo 2, pero para quien busca el desarrollo personal aún existen otros desafíos y éxitos por delante.