Basta con recordar el pasado para que, rápidamente, aparezca alguna memoria bochornosa de nuestra juventud. A veces las consideramos divertidas y las compartimos conversando con nuestras amistades, son las llamadas anécdotas; pero hay otras que desearíamos olvidar o haber podido evitar que ocurrieran: esas son experiencias que nos resultan vergonzosas hasta el día de hoy. Puede tratarse de un error o accidente que sufrimos en público o una broma de la que fuimos víctima, pero el común denominador entre todas ellas es que aún nos generan vergüenza, tal como cuando la vivimos.
Son incontables los bochornos que cada uno de nosotros ha vivido a lo largo de la vida, sin embargo, sospechosamente éstos se acumulan casi en su totalidad en nuestra juventud.
Ésto no es casual, porque es de estas experiencias desagradables que aprendemos a tener lo que en terapia llamamos «autocuidado«, es decir, prevenir situaciones que pueden hacerle daño a nuestra autoestima. Sin embargo, vivir evitando situaciones en donde tememos hacer el ridículo, puede hacer que nos perdamos muchas experiencias que hubieran sido beneficiosas. Por eso resulta más conveniente atreverse a explorar la causa de nuestro malestar y así vivir con mayor libertad.
De dónde surge la vergüenza?
La vergüenza se produce al sentir que algún defecto nuestro ha quedado expuesto ante el juicio de otras personas, incluso si no se encuentran presentes, ya que pensamos que éstas se enterarán de lo sucedido. Por lo tanto, es lógico que contra más vulnerables nos sintamos, más temor tendremos al juicio de los demás.
De hecho, no es de extrañarse que un sueño típico asociado a vergüenza es aquel en donde el soñante se encuentra desnudo en público, ya que así se expresan inseguridades sobre nuestros defectos, los que se encuentran a la vista de los demás.
Es durante nuestra juventud que nos sentimos más vulnerables ante el mundo que nos rodea, pues aún estamos desarrollando nuestras características físicas: nuestros cuerpos sufren constantes cambios, «adolecemos» de numerosas dificultades y tenemos habitualmente cierta inestabilidad mental (de ahí que hablamos de «adolescencia»).
Recién cuando se estabiliza nuestro cuerpo logramos definir nuestra personalidad, nos volvemos más seguros y fortalecemos nuestra autoestima.
Todo lo anterior suele ocurrir en la segunda parte de la adolescencia.
Por qué aún sentimos vergüenza en la adultez?
Debido a que, aunque sabemos que no somos perfectos, nuestros defectos nos insegurizan porque los agrandamos en nuestra mente y no queremos quedar expuestos ante los demás. Si además tuvimos malas experiencias en la juventud, es probable que vivamos evitando situaciones de riesgo.
De esta manera, si nos sentimos inseguros de nuestra inteligencia, no queremos parecer tontos; si nos sentimos inseguros de nuestro cuerpo, no queremos que nos vean, etc.
RELACIONADOS
Del Berrinche a la Enfermedad
Por qué no me puedo controlar?
Cómo podría beneficiarte una consulta psicológica?
La solución está en dejar de temer que otros descubran nuestros «defectos» y aceptar nuestra realidad, a la vez de tratar de corregir aquellos detalles que nos generen inseguridad y buscar orientación profesional cuando sea necesaria.
Así, si nos sentimos inseguros por nuestra estatura, podremos buscar apoyo terapéutico para aceptar nuestra realidad y dejar atrás nuestra sensación de incomodidad; o si nos acompleja el sobrepeso, podremos buscar apoyo médico para alcanzar nuestro peso ideal sin exponernos a peligros con dietas milagrosas.
Tradicionalmente en el karate se agradece al rival cuando logra golpearnos porque acaba de mostrarnos un punto débil de nuestra defensa, es decir, nos acaba de mostrar dónde debemos mejorar. De la misma manera, las vergüenzas que sentimos nos dan pistas para detectar donde necesitamos ayuda para mejorar nuestra calidad de vida.